Rogelio Salazar de León
Cuando el “I have a dream” ya parecía historia antigua, vino el “Yes we can” para renovar los afanes y para ratificar que siendo América todo es posible; haber podido vivir para contemplar esta renovación bien puede definir la felicidad del hombre americano.
Haber podido convertir lo que había sido la historia de una derrota en la historia de un triunfo, y haber podido traducir la palabra infamia a la palabra logro es digno de la grandeza de América, la del norte, por supuesto.
Recorrer un camino que va desde la liberación del dominio colonial hasta la llegada a la silla más alta del país (si es que verdaderamente es la más alta) de un mestizo más oscuro que claro es la magnitud del destino de la América del norte.
Oponer a la baja en las acciones de la bolsa, el alza en los bonos de la solidaridad política y el alza en los bonos del optimismo genético es una estrategia digna de la inteligencia norteamericana, sobre todo si se considera que la distancia entre Wall Street y el Village no es mucha.
Un niño flacucho, más bien del montón, demasiado desteñido para ser negro y demasiado opaco para ser blanco, cansado de repetir las rutinas de la mediocridad, aclimatado a la vejez y parsimonia de sus abuelos, sin un padre, sin mucho dinero, con el amplio cielo de Hawai sobre su cabeza, por donde debe haber visto muchos aviones partir hacia América, hasta que harto de todo se sube a uno, para recorrer no sólo la geografía física, sino la distancia que hay entre el amor al prójimo y la ambición personal, entre la retórica pastoral y el discurso legal de Harvard, entre su visible mitad africana y la corbata que cuelga de su cuello, entre la pasión envuelta en su origen y la razón envuelta en su educación; y así lograr abrirse paso para renovar los ensoñados afanes de Norteamérica y alegrarles el alma a sus paisanos, y no sólo a sus vecinos del río Mississippi, sino a la mayoría de ellos.
Y es que, bien entendidas las cosas, la suerte también cuenta y juega su papel, y el nuevo presidente de Norteamérica la ha tenido, por ejemplo, al estar precedido por una grosería tan plena y elevada a niveles de perfección casi académica, como lo es la esclavitud.
Un hombre con suerte como pocos es el nuevo habitante de a Casa blanca, tanta como para convertirse en la materia de reflexión para estudios post-modernos y post-coloniales, tanta como para renovar y encarnar, una vez más, al sueño americano, como si de un cuento de hadas se tratase.
En fin, tanta suerte como para que, siendo demócrata, de nuevo le toque llegar en la hora de la crisis; según se sabe, otro demócrata, que para nosotros tiene nombre de hospital, fue el encargado de asumir el cargo más alto bajo la presión impuesta por la crisis de la depresión de los años treintas del siglo anterior; su desempeño fue tan eficiente que renovó el sueño americano elevándolo a niveles inéditos e insospechados.
Abrirse paso por entre la crisis y, en ese empeño, hallar el camino de salida puede ser contabilizado como un heroísmo; por eso mismo si a la crisis que es de todos se suma la crisis personal implicada en la pertenencia a una minoría, debe reconocerse que este personaje posee la talla de la épica.
Habría que preguntar si el hecho de que un hombre de la orilla haya llegado a ocupar un puesto preferente en el centro
¿cambia a la orilla? o
¿cambia al centro? o
¿no cambia nada?
¿O es que con tal de seguir vendiendo las mercancías y con tal del salvar al mercado cualquier cosa debe cambiar o, al menos parecer que cambia?
¿O es que con tal de salvar el beneficio y con tal de que la utilidad siga siendo una esperanza, no importa aliarse con el despreciable, codease con el abominable, soportar cualquier vergüenza, celebrar y alzar la copa alegremente con quien antes ponía la mesa?
¿O es que con la máscara de un ánimo generosamente tolerante y humanista se disfraza a la insaciable boca voraz de un interés que no se pierde, que no se desvía, que no duda y que sabe muy bien qué quiere?
Desde luego que el heroico presidente oscuro de Norteamérica ha logrado algo grande, algo notable, algo importante; desde luego que, a la luz de lo que puede verse, el heroico presidente oscuro de Norteamérica ha logrado estar incluido en una maquinaria muy potente y en una lista muy selecta; lo delicado es que, a lo mejor todo ese mundo descomunal y desmedido en el que logró incluirse es sólo un montaje; amén de que el destino irrenunciable de algunos negros norteamericanos, como Michael Jackson, es irse blanqueando poco a poco.
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