
REORIENTANDO LA INVESTIGACIÓN EN CIENCIA POLÍTICA
Rogelio Salazar de León
Investigar es tarea de las universidades, lo cual es obvio, sin embargo que sea obvio no significa que sea recordado siempre ni todo lo que conviene.
La Universidad de San Carlos de Guatemala es una universidad pública, lo cual es obvio, sin embargo que sea obvio no significa que sea recordado siempre ni todo lo que conviene.
Si, de algún modo, se vinculan las convicciones anteriores debe concluirse en que asumir a Guatemala a través de la investigación corresponde, como a nadie, a la Universidad de San Carlos de Guatemala.
En el Instituto de investigaciones políticas y sociales “Dr. René Eduardo Poitevin Dardón” de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala se ha intentado asumir esto en repetidas ocasiones que, conforme el tiempo ha ido, ha sido necesario ir revisando, renovando y actualizando; se piensa que ahora es imperativo un esfuerzo en este sentido.
Nadie desconoce que Guatemala es un escenario resistente al cambio, quizá ésa sea una característica antes de los guatemaltecos que de la propia Guatemala, pero la discusión que interesa no es qué ha sido antes, sino más bien que esta forma de ser, que esta persistencia en la continuidad ha sedimentado al nivel de la institucionalización a ciertos prejuicios, a ciertas premisas y a ciertas actitudes.
Si, bajo esa visión de la primacía por la continuidad de una inercia inalterable, se ve al Estado de Guatemala
¿cómo debiera definírselo?
Ciertamente, sería difícil definirlo de acuerdo con una visión histórica y de progreso que entienda las cosas en base a una movilidad y a una dinámica ágil; sería difícil concebirlo también como un escenario de resolución o superación de los conflictos eficaz y eficiente.
A lo mejor sería más adecuado entender al Estado de Guatemala como una comunidad ilusoria en donde las cosas son más un deseo o un proyecto que una realidad; porque llegar a decir que el Estado guatemalteco es una maquinaria opresiva puede resultar reiterativo, además de sonar a lugar común, amén de que algo de esto último pueda ser cierto.
En tal medida, si, a partir de lo anterior, se indagase acerca de cómo debería entenderse la democracia en Guatemala, resultaría difícil entenderla como una cordura o como un acuerdo colectivo; más bien lo consecuente sería derivar una noción de democracia que la entendiese como un escenario de representación en donde el objeto, a pesar de que no exista, se lo muestra como si existiese, como un escenario en donde, a falta de un Estado real y de una democracia real, se los fabrica a golpe de lenguaje preexistente, a golpe de ley, a golpe de retórica institucional.
La articulación de las ideas anteriores conduce a considerar que la vida y el espacio públicos de Guatemala han sido del todo ficticios, han sido lo que podría compararse a una casa sin cimientos o, si se quiere, a una suerte de castillo en el aire.
Quizá, por ello cuando se oye el lenguaje de la ley o la voz de la justicia implicada en las políticas públicas no interesan a nadie, acaso por ello los guatemaltecos pareciera que padecen de cierta hinchazón de la las orejas de tanto oír hablar de la ley y de su desorientada búsqueda del bien común.
De tal manera y por tales motivos, ahora con los renovados aires de un nuevo año, en el Instituto de investigaciones políticas y sociales “Dr. René Eduardo Poitevin Dardón” de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala se siente la necesidad de pensar una forma desembarazada para el Estado de Guatemala que, por decir algo que más bien está pendiente y por hacerse, logre deshacerse y obedezca menos a prejuicios, premisas y actitudes desgastadas, erosionadas e inaudibles de tan dichas y repetidas.
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