lunes, 16 de junio de 2014
Cuadernos del Mundial
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Desastres naturales: sus secuelas psicológicas
Marcelo Colussi
La mayoría de las
reacciones psicológicas tras un desastre natural no son propiamente enfermedades
mentales sino respuestas que muestran angustia ante los hechos sufridos, y que
en general pueden ser adecuadamente manejadas con abordajes comunitarios de
apoyo grupal.
No existen
técnicas psicoterapéuticas específicas para afrontar estas situaciones. En
tales casos las acciones psicosociales no pueden ir separadas de soluciones
prácticas de los problemas comunitarios. Lo importante es favorecer una
posición activa de los damnificados, sin victimizarlos, propiciando su propia
búsqueda de soluciones racionales, saludables y sostenibles. Debe promoverse la
información, la organización social, la discusión de cuestiones concretas
buscando respuestas comunes y consensuadas, aprovechando siempre las
potencialidades locales. En definitiva, superar el
primer momento de crisis encarando desde un inicio la promoción de una rehabilitación
para el desarrollo sustentable. Se trata, fundamentalmente, de establecer una
actitud de empatía con aquellos que sufren, posibilitando un lugar para
fomentar la expresión de los afectos ligados a la situación traumática,
propiciando espacios de encuentro y socialización, alimentando al mismo tiempo
la solidaridad.
Superado
el primer momento de las crisis posteriores a las catástrofes, debemos enfocarnos
al reforzamiento de la organización comunitaria, en tanto sostén y garantía de
una reparación a mediano y largo plazo de los daños ocasionados. Con esto
buscamos comenzar a incidir en la situación de vulnerabilidad de las
poblaciones, única vía para evitar que cualquier evento natural de cierta magnitud
se torne un desastre.
Este nuevo modelo
de abordaje de las secuelas psicológicas derivadas de desastres naturales tiene
como algunos puntos básicos:
•
Abordaje comunitario: las reacciones
psicológicas que sobrevienen a la ocurrencia de una catástrofe son respuestas
normales a situaciones anormales, por lo que no deben ser tratadas (salvo casos
especiales) en términos de patología individual (lo cual puede conducir a la estigmatización
y posterior exclusión). Son recomendables acciones grupales, incluyendo siempre
a la mayor cantidad de gente posible, sin discriminaciones de ningún tipo,
donde se socializa el sufrimiento y se refuerzan mecanismos comunitarios de afrontamiento
de las situaciones difíciles.
•
Implementar acciones con personal local de base: para
llevar a cabo las acciones de soporte psicológico no es necesario, en su
ejecución directa con las comunidades, apelar a personal técnico especializado
(psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales), sino que puede ser más
efectiva la participación de promotores comunitarios locales. Con la debida
capacitación en el manejo de técnicas de intervención grupal y comunitaria en
aspectos psicológicos, y bajo la supervisión de profesionales expertos en estos
temas, este personal presenta la ventaja comparativa de pertenecer a los
tejidos sociales locales, mantener sintonía cultural con la población
damnificada y permanecer en las áreas pasado el primer momento de emergencia,
lo cual puede darle un carácter de mayor sostenibilidad en el mediano y largo
plazo a toda la intervención.
•
Brindar
respuestas inmediatas tras los desastres: cuanto más
rápida sea la respuesta tras la ocurrencia de algún desastre, más rápidamente
pueden los damnificados comenzar a superar las consecuencias. Lo ideal es poder
comenzar a trabajar en el abordaje psicosocial de la población siniestrada
prácticamente a la par de las tareas de rescate, ayudando de esa forma a
manejar de un mejor modo situaciones que pueden ser, si no son atendidas
rápidamente, mucho más traumáticas conforme pasa el tiempo y se refuerza la
situación de víctima desvalida.
•
Informar claramente: una de las
necesidades humanas prioritarias para poder enfrentar una crisis sin
derrumbarse es poder darle una explicación lógica que no deje a la persona con
la sensación de vivir en un mundo impredecible, en el que su capacidad para
controlar la realidad es nula. Buscar explicaciones es una necesidad humana; si
no hay referentes claros, se buscarán en las primeras opciones de que se
disponga, que son generalmente opiniones prevalecientes en el medio cultural
inmediato, y no siempre y necesariamente las más adecuadas. En nuestra
intervención se debe procurar informar lo más claramente posible acerca de los
acontecimientos vividos y de las posibilidades reales a futuro para su manejo y
superación.
•
Priorizar
las actividades expresivas (verbales o alternativas):
comunicar los sentimientos, poder descargar las acumulaciones de afecto que
produjeron los hechos traumáticos, en sí mismo tienen un efecto terapéutico,
tranquilizador. Se debe buscar crear espacios de confianza, de intimidad, donde
la población damnificada pueda encontrar el tiempo y la forma en que expresar
todas sus emociones relacionadas al sufrimiento recientemente vivido, o que
está viviendo actualmente. Puede utilizarse el lenguaje hablado (grupos de
autoayuda u otros tipo de encuentros grupales) junto a otras técnicas
alternativas (talleres expresivos, sesiones de relajamiento). Con población
infantil resulta más adecuado la utilización de actividades lúdicas y
recreativas.
•
Considerar a la población damnificada como sujetos
activos y no como víctimas pasivas: se debe
incluir necesariamente a los sobrevivientes de un desastre en el proceso de
toma de decisiones posterior a su ocurrencia, ayudándolos para que puedan
asumir nuevamente el control de sus vidas. Mantenerlos en la situación de
"víctimas desvalidas" no contribuye a su rehabilitación sino que, por
el contrario, puede profundizar situaciones de aislamiento y marginación.
•
Adaptar las estrategias al ámbito de cada desastre
particular: si bien las formas que asume el sufrimiento humano
ante cualquier situación de catástrofe pueden presentar rasgos medianamente comunes,
y en consecuencia las acciones encaminadas a mitigarlo también asumen formas
generales, debe adecuarse cada acción específica al medio en el que se actúa y
no partirse del suministro de un paquete modelo inamovible derivado de un solo
caso tipo.
•
Reforzar mecanismos protectivos culturalmente
aceptados:
en toda organización social existen formas de afrontar los problemas
comunitarios. Las intervenciones post desastres deben aprovechar esos
mecanismos de protección, culturalmente válidos, que en general son redes
espontáneas de autoayuda, fomentando su fortalecimiento y expansión.
•
Aprovechar capacidades locales instaladas: desde
el inicio de las acciones se debe colaborar y coordinar con las instituciones
locales. Si bien una catástrofe puede haber destruido mucho de las capacidades
de respuesta local, siempre permanecen redes y/o instituciones con quienes
vincularse; es preferible integrar la intervención a estructuras ya existentes
más que generar otras paralelas. Al acabar con la necesidad de socorro ante la
crisis, esta coordinación las habrá robustecido en sus propias capacidades para
continuar la labor humanitaria y su misión técnica específica. Nada ni nadie
mejor que las instituciones locales para buscar mejorar la capacidad de los
grupos vulnerables con miras a hacer frente a futuros desastres mediante
estrategias de preparación basados en la comunidad apoyándose en las
estructuras, prácticas, aptitudes y mecanismos de intervención territorial.
•
Priorizar grupos especialmente
vulnerables: los efectos de un proceso destructivo
como el que se sigue de un desastre natural se
expanden por toda una población, pero hay grupos más especialmente expuestos a
sufrirlos dada su situación de mayor vulnerabilidad relativa. En el inicio de
la intervención deben identificarse, junto con la comunidad, estos grupos
vulnerables para su priorización, teniendo siempre especial cuidado de no
estigmatizarlos. Pueden ser grupos vulnerables (y esto depende del contexto): niñez,
juventud, mujeres, ancianos, personas con algún tipo de discapacidad, personas
seropositivas, etc.
•
Promover
intervenciones integrales, multidisciplinarias y coordinadas: el
abordaje de los efectos emocionales derivados de los desastres, si bien implica
una cierta dimensión técnica específica, no debe circunscribirse a una acción
de salud "mental" con todo lo de estigmatizante que esto tiene ("¿salud
mental?: ¡yo no estoy loco!"). Por el contrario tiene que ser concebido en
una perspectiva amplia de intervención comunitaria, buscando aliarse con otros
sectores (preferentemente del campo de la salud), ayudando a encontrar
respuestas integrales. Es sumamente importante coordinar los esfuerzos con la
entidad rectora a nivel local, regional y/o nacional (en general Ministerio de
Salud), evitando de esta manera contribuir al caos subsecuente a la situación
de urgencia generada.
•
Pasar del socorro en emergencias a la rehabilitación
para el desarrollo: en todo momento de la intervención,
desde nuestra llegada como misión humanitaria inmediatamente posterior a la
ocurrencia del fenómeno natural hasta nuestra partida, debe trabajarse pensando
en la reconstrucción con criterios de sostenibilidad a mediano y largo plazo.
Deben hacerse todos los esfuerzos del caso por eludir el asistencialismo,
evitando colocar a la población en una condición pasiva y desvalida, pues con
ello no se pueden sentar bases sólidas para un proceso de desarrollo genuino.
La reconstrucción debe abordarse siempre no sólo en términos de paliar los
efectos del recientemente pasado desastre, sino de contribuir para que un
próximo evento no tenga similares consecuencias, en tanto se han comenzado a
mitigar las situaciones de vulnerabilidad.
•
Enmarcar el trabajo en una actitud ética de
compromiso: todas las intervenciones deben estar resguardadas
por un código de ética que asegure la alta calidad técnica y humana de las
prestaciones. Se debe buscar el resguardo de la confidencialidad de lo que cada
persona asistida nos transmite, manteniendo siempre una sana y profesional
distancia operativa con la población con quien trabajamos, promoviendo el
bienestar común sin olvidar que nuestro papel es el der ser prestadores de
salud en una situación crítica de emergencia.
Este es el marco general en el que pueden concebirse las
intervenciones psicológicas post desastre. Insistimos respecto a que no deben
entenderse las consecuencias psicológicas dejadas por el paso de las catástrofes
–que no son sólo "naturales" sino que están enmarcadas socio-históricamente–
como campo de acción de la clínica psiquiátrica-psicológica. Creemos que las
respuestas más adecuadas para estos problemas las dan los planteamientos
provenientes de la salud mental comunitaria.
Para concluir, queremos hacer notas que si los
desastres no sólo son eventos naturales sino que golpean en relación
inversamente proporcional al desarrollo de una comunidad (un terremoto de
similar intensidad que en Haití mató a 200.000 personas en Japón produjo
escasos daños, o un huracán que en Cuba no deja un solo muerto, en la población
afrodescendiente de New Orleans fue una catástrofe –¿quién dijo que terminó el
racismo en Estados Unidos?–), las respuestas a esos desastres tampoco son "naturales"
("el tiempo lo suaviza todo", "Dios proveerá", etc.) Las
respuestas son enteramente humanas. La atención psicológica, por tanto, es parte
fundamental de esa respuesta.
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